Proyecto para la capilla del Santísimo,
Parroquia san Juan Crisóstomo, Madrid

Para un proyecto integral de este tipo, es necesario tener en cuenta muchas cosas a la hora de afrontar el diseño, de elegir el medio y de dar con el programa iconográfico adecuado. Por ejemplo, es importante estudiar el espacio disponible, el estilo arquitectónico, ver el uso que se desea dar a la capilla, o la luz con la que se cuenta. En este caso, fue determinante el objetivo principal que se buscaba: conseguir un espacio que invitara al recogimiento. La intención era abrir una capilla de adoración prácticamente continua con un sagrario expositor. El lugar debía ser por tanto especialmente acogedor, debía provocar en el visitante aquélla reacción de San Pedro: ¡Señor, qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas! (Mc 9, 5).

El sagrario se iba a colocar en el centro de la capilla, de eso no había ninguna duda. Todo lo que construyéramos alrededor estaría pensado para mantener la atención del orante en el sagrario. Para conseguirlo, la primera decisión fue elegir un tema en el que la representación humana quedara lo más limitada posible porque nuestra vista se fija involuntariamente en los rostros, lo que puede ser causa de distracción. Por ello elegimos un tema eucarístico y cristológico que además implicaba motivos vegetales: el árbol de la vida. A continuación expondré las intenciones que me movieron a elegir el programa iconográfico y su simbología.

Primera escena: el árbol de la vida

“Una virgen, un árbol y la muerte eran los símbolos de nuestra derrota (…) Ved pues ahora, cómo los mismos son causa de nuestro triunfo (…) En vez de Eva, María; en vez del árbol de la ciencia del bien y del mal, el árbol de la Cruz; en vez de la muerte de Adán, la muerte del Señor” .
En estas palabras del mismo San Juan Crisóstomo, patrono titular del templo, encontramos el sentido del mural, que tiene como centro la presencia eucarística de Nuestro Señor.

Significado del árbol:
Empezamos a mirar el árbol que extiende sus ramas y en el que se cobija el Sagrario, recogiendo la imagen del árbol de Jesé (Is 11, 1-16). El árbol del paraíso es signo del árbol de la Cruz. El himno de Oh crux fidelis alude a la Cruz como árbol, y en la liturgia, dice un responsorio del oficio de la Exaltación de la Santa Cruz: “Este es el árbol dignísimo, puesto en medio del paraíso, en que el autor de nuestra salud, por su propia muerte, superó la muerte de todos” . El árbol de la vida era la imagen de Jesucristo “verdadero árbol”  que en el árbol de la Cruz es la fuente de la vida nueva. El Apocalipsis nos narra que “el árbol de vida da doce frutos, uno cada mes, y las hojas del árbol sirven para la curación de las naciones” (Ap 22,2), es decir, siempre da cosechas. El árbol es pues símbolo del mismo Cristo, que a su vez se encuentra verdadera y presencialmente en el sagrario. El color azul de las hojas, aparte de cumplir con un objetivo puramente estético, trata de simbolizar esa vida, que brota de la savia que fluye por el árbol.

Significado de los frutos:
Del árbol del Cruz ha brotado el nuevo fruto, la Eucaristía, que da la vida eterna a todos lo que lo comen. Por eso el Sagrario está en el centro del árbol para indicar la fuente de donde nace la vida nueva. Todas las ramas del árbol tienen su origen en el punto donde se sitúa la Santa Hostia, en el sagrario expositor. Toda la composición está diseñada para que nuestra vista vaya a parar una y otra vez al sagrario.

Es el fruto que nos permite vencer a la muerte y alcanzar la bienaventuranza eterna. Por eso el mural refleja también el banquete celestial que Dios nos ha prometido: “al vencedor le daré a comer del árbol de la vida que está en el paraíso de Dios” (Ap. 2,7). “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener acceso al árbol de la vida” (Ap 22,14). Adorando y comiendo el nuevo fruto eucarístico somos transformados para participar de la vida de Jesucristo. Unidos a Él, como el sarmiento a la vid (Jn 15,1-17), gracias al don del Espíritu, recibimos el mismo Amor de Dios que nos hace capaces de vivir la misericordia del Señor y ser así don eucarístico para los demás, especialmente para los pobres y los que sufren. Esta nueva vida, cuya alma es la caridad, es la vida del Espíritu simbolizada por los siete frutos signos de los dones del Espíritu Santo.

Significado de las aves:
En la iconografía cristiana las aves vienen a simbolizar a los bienaventurados, esa muchedumbre inmensa de la visión de san Juan en el Apocalipsis, destinada a gustar los frutos del árbol de la vida (Ap 7,9-17). Son los santos que se han dejado transformar por este fruto santo y han vivido una vida en la caridad con «forma eucarística». Los pájaros son doce aludiendo a las doce tribus de Israel y los doce apóstoles, signo del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia.

Segunda escena: la Encarnación

Todo el conjunto tiene como unidad temática lo que ha supuesto para el hombre la Encarnación del Señor. Encontramos, por ello, en los extremos la figura del Espíritu Santo, a la izquierda, y de la Virgen María, a la derecha, aludiendo específicamente al relato de la anunciación (Lc 1,26-38). A través del «hágase» de María “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14), es el momento que pretende recoger el mural, María aparece de perfil recogida en oración, el Espíritu Santo sale a su encuentro, en medio se encuentra el fruto de este acontecimiento: Cristo mismo.

“En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están «contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero»” (CCE 1374).

La escena a su vez nos evoca a nuestros primeros padres que comiendo del árbol en el paraíso rompieron la comunión con Dios (Gn 3,1-24). María, al decir sí, se convierte en la nueva Eva que con su obediencia desata el nudo de la desobediencia del primer pecado. La humildad de María es una invitación a ser dóciles a la acción del Espíritu Santo para que Jesucristo «se forme» en nosotros: “nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu del Señor”, (2Cor 3,18).

Contemplamos también a Nuestra Madre adorando a su Hijo presente en la Eucaristía con el rostro lleno de dulzura y serenidad. Una vez más, la composición está diseñada para que nuestra vista no deambule mucho tiempo por otras partes, sino que el rostro de la propia Virgen, al estar mirando hacia el sagrario, nos hace desviar la mirada de ella misma a su Hijo. Con María aprendemos a encontrar en la Adoración eucarística la paz y la alegría que provienen del Señor y renovar la esperanza para seguir caminando en fidelidad. Pedimos a la Virgen que nos enseñe a adorar como lo hace ella: desear, buscar, escuchar y mirar a Jesucristo en la Eucaristía.

Tercera escena: la puerta del sagrario

Se trata de un resumen de todo el Mural. En las puertas del Sagrario se representa a Jesucristo y a la Virgen María coronada enmarcados por el texto “ven elegida mía y te sentaré en mi trono” que hace referencia al Cantar de los cantares (Ct 2,10; 4,8).
Como en el mosaico de la Iglesia de santa María en Trastévere, el conjunto representa la Alianza que Jesucristo el Esposo ha hecho con la Iglesia. María es la Sponsa Verbi que representa a la Iglesia llamada a responder al Esposo con el amor, fidelidad y pureza de María. La frase “tus hijos como renuevos de olivo en torno a tu mesa” (Sal 128,3) hace referencia a la fecundidad que el Señor concede a la Iglesia para engendrar por el Bautismo a los hijos de Dios y alimentarlos con el don eucarístico.

Del mismo modo que Eva nació del costado de Adán (Gn 2,22), del Corazón abierto de Cristo en el árbol de la Cruz nace la Iglesia, la Esposa. Con palabras del propio San Juan Crisóstomo:

“Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva. Por esta misma razón, afirma san Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos, aludiendo ello al costado de Cristo. Pues del mismo modo que hizo a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salida de su costado para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto. Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos”. La Eucaristía es el “sacramento esponsal”, “el sacramento del Esposo, de la Esposa”.

El amor de Cristo “alcanza su punto culminante en la Cruz, expresión de sus «nupcias» con la humanidad y, al mismo tiempo, origen y centro de la Eucaristía”. Por eso la Adoración eucarística nos recuerda que somos parte de Jesucristo que nos ofrece un Amor que nunca se agota porque su misericordia y su fidelidad son eternas.